Nuestra
mente es a menudo parecida a un océano agitado en el que continuamente se
agitan las olas de su actividad incesante: emociones contradictorias,
pensamientos variados, sensaciones, expectativas, etc. La sociedad de consumo
que sufrimos dirige nuestra atención hacia la realidad externa, en pos de la
adquisición de bienes y de información. La industria del deseo excita nuestras
ansias mostrándonos una zanahoria ilusoria magníficamente presentada por las
agencias de publicidad. De esta manera nuestras días transcurren, año tras año,
al mismo tiempo que la serenidad interior y el verdadero estado de felicidad se
alejan cada vez más de nosotros.
En
contraste, nuestro mundo interno permanece en la sombra. Nuestra mente es
también como un jardín secreto abandonado en el que las zarzas y las malas hierbas,
(los pensamientos obsesivos, las emociones perturbadoras, etc.), crecen por
doquier. Resultado de ello es un estado mental y emocional confuso, agitado, en
definitiva, insatisfactorio. Sentimos malestar pero no sabemos lo que nos pasa.
Para
saber lo que nos pasa no tenemos más remedio que mirar dentro de nosotros
mismos, comprendernos a nosotros mismos, hacernos íntimos con nosotros mismos,
clarificar nuestras aspiraciones, simplificar nuestros deseos y encontrar el
verdadero propósito de nuestra existencia. Esta es la mirada interna, el gran
regalo que la meditación tiene reservado para cada uno de nosotros.
La
meditación zen, es una práctica espiritual muy antigua que fue actualizada y
utilizada por el Buda como vía de acceso a un estado existencial caracterizado
por una profunda serenidad y una lucidez aguda, gracias a las cuales pudo
realizar la verdadera naturaleza de la existencia y liberarse así de las falsas
representaciones creadas por la mente ilusoria.
La
agitación mental viene dada por la dispersión (desenfoque) de la atención. Lo
primero que tenemos que hacer al comenzar una sesión de “zen” es, pues, calmar
la agitación mediante la concentración (enfoque) de la atención. Para ello, en
primer lugar, enfocamos la atención sobre la postura corporal. Creamos una base
corporal sólida. Sentados sobre un zafu (cojin), doblando las piernas en loto o
en medio loto, de forma que las dos rodillas en contacto con el suelo, formen
una base estable sobre la que pueda erguirse el tronco. Estiramos bien la
columna vertebral. Relajamos los hombros. La cabeza permanece justo sobre los
hombros, sin inclinarse hacia delante, detrás, izquierda o derecha. Dejamos
caer los brazos a lo largo del cuerpo y disponemos la mano izquierda sobre la
mano derecha, ambas pegadas al bajo vientre.
Una vez
que nos hemos cerciorado de que la postura corporal es correcta y equilibrada,
enfocamos la atención sobre la respiración. Enfocar la respiración sobre la
respiración no quiere decir "controlar" la respiración. La
respiración no necesita ser controlada. Sucede por ella misma. La inspiración
sucede a la espiración y ésta a la inspiración siguiendo un ciclo natural en el
que la voluntad de manipular sobra. Simplemente permanece atento a la
respiración como si tu atención fuera un corcho que flota sobre las olas de la
inspiración y de la espiración. Eso sí, no dejes que tu atención sea atraída
por nada que no sea la respiración. No luches contra las distracciones.
Simplemente enfócate con determinación sobre la respiración. De esta forma,
naturalmente, automáticamente, inconscientemente, tu actividad mental se
calmará.
Cuando la
superficie del agua de la mente está agitada es imposible observar el fondo. Todo
se vuelve confuso. Sin embargo, cuando la superficie se ha calmado entonces
puedes observar claramente el fondo y sus contenidos.
Una vez
que sientas que tu mente se ha aquietado gracias a la concentración sobre la
respiración, puedes abrir el campo de la atención gracias a la observación. Los
principiantes deben ser muy cautelosos a la hora de pasar a la observación y
deben asegurarse de que el nivel de concentración, o quietud, no sufre mengua.
Cuando
una ola se levanta, otras muchas la siguen inmediatamente y de esta forma
puedes encontrarte de pronto en un mar agitado, zarandeado por las olas del
apego y del rechazo.
La
observación sólo puede tener lugar desde la ecuanimidad de la concentración. Si
sientes que estás perdiendo la ecuanimidad, debes abandonar inmediatamente la
observación y volver a enfocar tu atención sólo en la respiración, de forma que
la concentración y la quietud que la acompañan sean reforzadas. La
concentración (ecuanimidad) es el submarino mono-plaza que proporciona la
protección necesaria para explorar (observar) la riquísima fauna y flora de
nuestra conciencia, sin peligros.
Si tu
concentración es notable y durante un espacio de tiempo aceptable has estado
explorando la riqueza de la actividad sensorial de tu mente, puedes dar un paso
más y enfocar tu atención en tus actitudes
emocionales. La amplia gama de emociones que los seres humanos somos
capaces de experimentar tiene tres raíces principales: el rechazo y toda su
familia (aversión, odio, antipatía, malevolencia, etc); el apego y toda su
familia (aferramiento, simpatía, identificación, etc.) y la indiferencia y toda
su familia (desinterés, etc.)Como se ha dicho ya, el rechazo suele acompañar a
las sensaciones y pensamientos que la mente considera desagradables. El apego
viene acompañando a las sensaciones y pensamientos considerados agradables y la
indiferencia acompaña a las sensaciones y pensamientos considerados neutros.
Observar
las actitudes emocionales a través de las cuales percibimos la realidad es una
práctica sutil y difícil que necesita una cierta experiencia y un poder
considerable de ecuanimidad. Se trata de tomar conciencia del color de las
lentes a través de las cuales percibimos la realidad y, en la mayoría de los
casos, una mente no entrenada es incapaz de discernir la realidad objetiva de
su percepción subjetiva. Gracias a la práctica de la observación de las
actitudes emocionales, la mente misma puede verse a sí misma con mayor
objetividad y liberarse de las lentes coloreadas o, al menos, tomar conciencia
del color (la deformación) a través del cual está percibiendo. Esta práctica
genera una mayor ecuanimidad emocional y libera a la mente del péndulo extremo
entre el apego ciego y el rechazo visceral.
Si tu
práctica evoluciona naturalmente a lo largo del tiempo, tarde o temprano te
enfrentarás a la paradoja del observador observado.
Una vez
en este punto, ya no podemos decir a ciencia cierta si es el observador el que
observa la realidad o es la realidad la que observa al observador.
"Miro la flor, Y la flor se ve a sí misma a
través de mí. La flor me mira Y me veo a mis mismo A través de ella".
Más allá del observador y de lo observado
Tu
conciencia (la conciencia que el mundo toma de sí mismo a través de ti) no es
tuya. Carece de propietario. Su naturaleza es su propia luz, gracias a la cual
la realidad es lo que es en cada momento. Si has llegado hasta aquí tu mente
iluminada verá que las cosas son lo que son y las aceptarás plenamente tal y
como son. Si no has llegado hasta aquí, las cosas son lo que son aunque no lo
veas ni lo aceptes.
Luz y sombra
Si te has
sentado en zazen buscando la luz del espíritu no te extrañes si te encuentras
de frente con tus propias sombras, con los aspectos más recónditos de tu
inconsciente que permanecen ocultos a tu propia conciencia ordinaria. Un viejo
maestro zen dijo: "La luz existe en la oscuridad, no veas sólo oscuridad.
La oscuridad existe en la luz, no veas sólo luz. Luz y oscuridad depende la una
de la otra como el paso de la pierna izquierda depende del paso de la pierna
derecha". La toma de consciencia de tu propia oscuridad y la aceptación de
la misma son requisitos básicos para comenzar a poner un poco de luz en la
sombra. De la misma manera que el reconocimiento de la propia ignorancia es el
comienzo del camino hacia la sabiduría, el reconocimiento de la propia sombra
es el comienzo del camino hacia la claridad. Cuida de no caer en actitudes
extremas: no creas que por haber clarificado un par de cosas ya lo has
clarificado todo, no creas que por qué has encontrado zonas oscuras, toda tu
mente es oscuridad. La oscuridad existe gracias a la luz que la percibe.
La guía
Esta guía
para la meditación zen es como un pequeño mapa introductorio. Sin embargo, las
instrucciones directas de un maestro zen son imprescindibles. La meditación zen
es mucho más que una técnica de meditación y ni siquiera un grueso manual puede
suplir la enseñanza directa de un maestro zen, de persona a persona, de corazón
a corazón.
A la hora
de abordar una sesión es importante cultivar cuatro actitudes básicas:
1.
Actitud corporal. La
posición corporal debe combinar dos aspectos: estabilidad y vigilia. La postura
de zazen en loto o en semiloto es la que obtiene el mejor resultado de la
relación estabilidad-vigilia. En cualquier caso, es fundamental que la postura
te permita permanecer inmóvil y atento el mayor tiempo posible. A esto se le
llama estabilidad.
2.
Actitud emocional. No te apegues
ni rechaces emocionalmente ningún contenido de los que aparecen en tu campo de
conciencia. Acepta cada sensación, emoción o pensamiento tal y como es, sin
elegir ni rechazar. Si aparece en ti el apego o el rechazo, toma conciencia de
que el apego o el rechazo han surgido en ti y déjalos estar sin darles
importancia. A esto se le llama ecuanimidad.
3.
Actitud mental. No tomes
partido de nada, sea lo que sea. No juzgues tus propios sentimientos,
sensaciones o pensamientos. No digas: "Esto está bien, esto está
mal". Si aparecen juicios y valoraciones en tu mente, toma conciencia de
los juicios y valoraciones que han surgido y déjalos estar sin darles
importancia. A esto se le llama objetividad.
4.
Actitud espiritual. No huyas
ni persigas nada, sea lo que sea. No quieras alcanzar nada ni liberarte de
nada, sea lo que sea. Simplemente quédate ahí, observando, aceptando que cada
cosa es lo que es en este momento. A esto se le llama apertura interior.
No
emprendas la práctica de zazen buscando resultados inmediatos. La meditación no
es una máquina expendedora de refrescos. Enfócate en el presente y olvida el
pasado y el futuro. Si continuas practicando cada día con perseverancia, sus
efectos irán apareciendo sutil y paulatinamente. Entre ellos cabe destacar:
- Despertar. Las conciencias sensoriales se
agudizan. El nivel de atención aumenta. La conciencia de los actos, palabras,
pensamientos y sentimientos se vuelve clara. Esto hace que la mente en general
pueda permanecer en un estado de despertar óptimo.
- Integración. Se reduce la tensión generada
por las contradicciones. Las parejas de opuestos (cuerpo-mente, yo-otros,
bien-mal, amor-odio) comienzan a trabajar en sincronicidad armónica.
- Integridad. La armonización de las
contradicciones y el estado de despertar te ayudarán a sentirte íntegro y total
en tus acciones, palabras y pensamientos. Eres lo que eres y en cada momento
estás haciendo lo que estás haciendo, plenamente, con la totalidad de ti mismo.
- Centramiento. La integridad contigo mismo y
en ti mismo te permitirá permanecer en todo momento centrado en tu propio eje,
tanto física como emocional y mentalmente. Aunque todo se mueva dentro de ti
y/o a tu alrededor, sabrás encontrar el centro inmóvil y morar en él con calma.
- Apertura. La firmeza interior generada
por el profundo centramiento al que induce zazen te permitirá abrirte al mundo
sin miedo y, al entrar en contacto con él, podrás tomar conciencia del dolor y
del sufrimiento de los demás seres vivientes, así como de la gran oportunidad
que es la vida humana.